“No hubo sorpresa alguna cuanto te vi”, como dice un viejo bolero, cuando entre la noche del 14 y la madrugada del 15 de diciembre se aprobó en lo general el llamado “Plan B” que reunía las modificaciones electorales deseadas por el Presidente López Obrador. Durante la mañana del día 15 se consumó la sucia maniobra política en el Senado mexicano de la cual se derivarán consecuencias negativas para nuestro país.
Al mismo tiempo, lo que inició como una andanada de declaraciones del Presidente López Obrador en torno a la situación en Perú y a la destitución de su presidente bajo cargos de rebelión, avanzó a la categoría de incidente diplomático al llamar la nueva presidenta peruana, Dina Boluarte, a su embajador en México de regreso a Lima para consultas. En lenguaje diplomático, “llamar a consultas” es el primer paso de un proceso que pudiera terminar en la ruptura de relaciones entre México y Perú.
Tanto la aprobación lamentable del grupo de reformas a leyes secundarias en materia electoral (calificadas ya por expertos como contrarias a la Constitución mexicana), como el denigrante intervencionismo del presidente mexicano en los asuntos peruanos, ponen a México en camino de acceder como miembro distinguido de un club selecto a nivel mundial: el de los parias internacionales.
No exagero. Mis palabras fueron meditadas, incluso esa expresión, “parias internacionales”, es la más suave que encontré.
Cuando desde el exterior se observa a diputados federales y senadores mexicanos aprobar cambios a las leyes sin leer las iniciativas de ley, México se denigra.
Cuando desde el exterior se contemplan los desplantes autoritarios e irracionales de un político, como López Obrador, empeñado en revivir el presidencialismo extremo de otras épocas a costa de la división de poderes, México se denigra.
Cuando el mundo entero mira asombrado el desmantelamiento de un sistema e instituciones electorales que fueron referencia a nivel mundial, México se denigra.
Cuando los problemas nacionales de urgente atención son desdeñados por el presidente y su partido político en favor de temas de coyuntura electoral, México se denigra.
Cuando a pesar de que el gobierno mexicano firma y se adhiere a todo tipo de acuerdos, convenios y declaraciones universales de derechos humanos, pero en los hechos limita o niega esos derechos a sus ciudadanos, México se denigra.
Cuando a pesar de incrementarse la pobreza con aproximadamente 4 millones más de personas en extrema pobreza del 2018 a la fecha (es decir, en lo que va de este gobierno, según cifras oficiales), pero se le da máxima prioridad a unas reformas electorales absolutamente innecesarias en vista del buen funcionamiento del sistema electoral, México se denigra.
Al denigrarse una y otra vez la vida pública en nuestro país, se llega al punto del rompimiento. Se cancela la visión de largo plazo por la visión cortoplacista del cálculo electoral: se trata de ganar elecciones y posiciones políticas, además de asegurar que la oposición no tenga oportunidades de ascenso; se trata de eso y nada más.
¿Derechos humanos? ¿Gobernanza y ejercicio pleno de los derechos políticos y las libertades civiles? ¿División de poderes? ¿Atender los compromisos internacionales comerciales, de cambio climático, sanitarios y de otros tipos? No, ¿para qué? Una cosa es firmar los acuerdos internacionales y otra es evadir las responsabilidades que de ellos se derivan para nuestro país.
Nada de todo lo mencionado anteriormente pasa desapercibido para el resto del mundo. Me refiero no sólo a gobiernos y organismos internacionales, sino a empresas, organismos financieros, grupos de activistas y organismos de la sociedad civil, intelectuales, mexicanos en el exterior, etcétera.
Su mirada sobre México y su vida pública, sobre la calidad ética de sus políticos e instituciones, es aguda y penetra hasta lo recóndito del panorama mexicano. Nuestro país pierde, paso a paso, el prestigio que alguna vez tuvo la proyección de su política exterior y de la imagen del país en su conjunto.
No sólo saldremos de los top ten de muchos indicadores de gobernanza y transparencia, sino que esa salida será irreversible. Si llegamos al punto de incumplir en la práctica todo lo que se ha convenido y pactado a nivel internacional, el único top ten en el que tendremos espacio será el de los parias internacionales: sí, el club de los Putin, Orban, Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Lukashenko, el Emir de Qatar que compró a la FIFA el Mundial de futbol con sobornos, los ayatolas de Irán, y varios personajes más.
En efecto, “un mundo nos vigila”, como diría Don Pedro Ferriz en su legendario programa sobre ovnis en los años 70. De mi parte, agrego: “… y nos castiga”.