Por más curtido que esté un periodista, por menos que lo asusten las amenazas, nadie puede dejar de reconocer que la situación de violencia contra los periodistas ha llegado a su límite en México.
Reporteros, editores, fotógrafos, corresponsales, diseñadores gráficos, community managers, dueños de medios de comunicación, a todos ellos les ha alcanzado el zarpazo del asesinato o la desaparición a lo largo y ancho de México.
El pellejo se curte, pero a veces se rasga ante tanto golpe. Tres periodistas asesinados (uno en Veracruz, dos en Tijuana) en lo que va del mes de enero nos pone en evidencia que no hay defensa posible, en este momento, para los periodistas. Simplemente, las autoridades no pueden garantizar su protección.
Asistí el 25 de enero, por la noche, al evento en la Macroplaza, en Monterrey, al Monumento a la Libertad de Expresión, convocado por la Red de Periodistas del Noreste y la Asociación de Periodistas de Nuevo León José Alvarado Santos, que se sumó a las movilizaciones en más de 30 ciudades. En dicho acto, se exigió, entre otras cosas, la acción inmediata de las autoridades en Veracruz y Baja California para esclarecer los asesinatos de Margarito, José Luis y Lourdes, los colegas más recientemente caídos.
A pesar de que la noche estaba fría, hubo mucho calor entre los presentes y fui testigo de un gesto que muy pocas veces se ve: al terminar de leer los posicionamientos, la periodista Melva Frutos y sus compañeros de la Red invitaron a reporteros y camarógrafos que cubrían la nota a pasar un momento al memorial y presentar sus respetos a los colegas muertos.
Varios de los periodistas más jóvenes, los que están en activo y acaso empezando sus carreras profesionales todavía con el olor a las aulas en sus ropas, tomaron su turno en la protesta y rompieron una brecha generacional que, a veces, los separa de los más veteranos del oficio.
Fue un momento inspiracional, una tregua en la feroz competencia entre medios y en la precipitada carrera por ganar la nota del día. Es en las situaciones extremas cuando pueden aflorar los mejores sentimientos en un gremio que, por lo general, vive dividido y escasamente organizado.
La jornada nacional del 25 de enero en Monterrey y las principales ciudades del país, podría ser el inicio de un movimiento más estructurado por la protección a periodistas, pero además por el mejoramiento de las condiciones de su oficio: salarios dignos y prestaciones benéficas, respeto a la integridad periodística y derecho a tener voz en las decisiones editoriales, colaboración con medios afines en proyectos y reportajes de investigación, entre otras cosas.
¿Por qué no pensar que ni Lourdes ni Margarito ni José Luis murieron en vano si las protestas en su memoria nos ayudan a cambiar la situación? Ellos tres son parte de los más de 140 periodistas asesinados en México desde el año 2000, ¿no se merecen todos elevar las condiciones de su trabajo y el respeto de autoridades y ciudadanos?
Ahí, participando yo con una pancarta en las manos y viendo el genuino pesar que se advertía entre los colegas ("los de a pie", dijo alguien), reviví mi fe en la nobleza del oficio periodístico: no importan la adversidad, la muerte ni el tamaño de la tormenta que se nos vino encima, los periodistas mexicanos, hombres y mujeres, jóvenes y veteranos, con la cámara, la voz o la pluma, no se detendrán ante nada para cumplir su misión de informar a la sociedad; ante nada.
La violencia en su contra sólo endurece el pellejo del periodista, vaya que lo hace. No los dejemos solos.