Fue tan desbordada la actuación y el mal comportamiento del candidato republicano en el primer debate presidencial en Estados Unidos, el 29 de septiembre, que desde esa misma noche se habló en las mesas de análisis de la posibilidad de cancelar los futuros debates.
¿Qué caso tiene, decían algunos analistas, tener más debates si Donald Trump rompe las reglas, ignora lo acordado, arrebata la palabra a Biden y hace lo que le da la gana poniendo en ridículo al moderador?
Yo no estoy de acuerdo en cancelar los próximos debates. Precisamente por la misma razón que se argumenta, la imposibilidad de controlar la conducta de Trump, es que la utilidad de los futuros debates será exhibir a nivel mundial sus rasgos más autoritarios e inciviles.
Debatir es un arte, un desafío a la inteligencia personal y a la capacidad de adaptarse a escenarios y a los contrincantes en la batalla por argumentar de la mejor manera posible en defensa de las tesis y propuestas propias.
No cualquiera lo puede hacer bien, de ahí que hablemos de que la buena conversación, el respeto al oponente y la caballerosidad propia se pueda llevar a niveles superiores, a considerarse un arte, al momento de debatir.
Lo que sucedió en Cleveland, Ohio (sede del debate) puso en evidencia a Donald Trump, no a Joseph Biden. A Chris Wallace, el moderador (de la cadena Fox News), difícilmente podríamos achacarle culpas por no controlar a Trump, pues no es posible callarle la boca así nada más al Presidente de Estados Unidos.
Tal vez no lo vio así, pero Trump descendía los peldaños de la decencia cívica cada vez que se comportaba como un rufián buscapleitos de bar, cada vez que mostraba su temperamento explosivo y queda al descubierto, detrás de todo ese ruido y bragado, su profunda incapacidad para debatir.
Esa es la utilidad del debate: mostrar a cada quien como realmente es, revelar la personalidad que normalmente permanece oculta tras las pantallas de un cargo público o que no se muestra en entrevistas o presentaciones públicas en donde todo está bajo control, como es el caso para Donald Trump.
Por eso pienso que no se deben cancelar los próximos debates, sino llevarlos a cabo y terminar de quitar la careta, frente a la opinión pública, a Donald Trump y mostrar su personalidad real.
De esa forma, estaríamos los ciudadanos del mundo en posibilidad de establecer un contraste más adecuado entre Trump y Biden, no sólo entre sus ideas y propuestas de gobierno, sino entre sus temperamentos y personalidades.
Cuando un gobernante tiene en sus manos la decisión sobre la vida y la muerte de millones de personas, sobre su bienestar o miseria y sobre su libertad o cautiverio, no es poca cosa saber si queda en él algún escrúpulo o sentido de la decencia.
Para eso sirven los debates, para, si se me permite la comparación, ver a los candidatos en calzoncillos, echar un vistazo a sus miserias y grandezas y saber de qué están realmente hechos.
Lo que sucedió en el debate del 29 de septiembre fue un desastre, sí, pero un desastre que nos permitió ver de primera mano quién es realmente Donald Trump.
Muchos mexicanos seguimos el debate con interés y atención y tratamos de obtener del evento las claves necesarias para saber quién conducirá a los Estados Unidos durante cuatro años más.
Es tan relevante esta elección presidencial norteamericana para la vida pública de México que da pavor imaginarse al Sr. Trump durante cuatro años más en la Casa Blanca.
Todo lo que sirva para detenerlo y cambiar de opciones, en este caso hacia un Presidente Demócrata que devuelva la normalidad a los Estados Unidos, será de mucha utilidad. Y si tiene que ser a través de uno o dos debates tan o más caóticos como el que vimos, pues bienvenidos: ese caos dañaría profundamente a Donald Trump.