A partir de los 25 minutos, aproximadamente, de iniciado su informe, al Presidente López Obrador le acompañó el ruido de gritos lejanos, voces altas que desde la calle llegaban al patio donde se celebraba la ceremonia del Segundo Informe de Gobierno.
Eso, aunque parezca paradójico, alivió el tedio que permeaba a los asistentes y al orador presidencial que hablaba y hablaba sin mucha convicción, quizá porque las frases y modos de expresión que usó fueron las mismas de siempre, las que cada mañanera repite incansablemente y que perdieron, con tanta repetición, su frescura original.
Aquí van algunas: “Transformar es moralizar”. “Queremos purificar la vida pública de México”.
“En el peor momento contamos con el mejor gobierno”. “Estamos aplicando la economía moral”. “Desde Madero, nunca un Presidente ha sido tan atacado”.
Al mago se le acabaron los trucos, pensé, al observar por televisión el Informe. Ya no aparecen conejos de la chistera ni se esconden palomas detrás de una mascada. Ya no hay sorpresas.
Ya está demás decir que AMLO no usó cubrebocas, mientras sus invitados sí. Tampoco eso sorprende. Usarlo le hubiera ayudado a que no se notara tanto esa especie de desgano, falta de chispa, el ardor del orador de plaza al que nos tenía acostumbrados.
Incluso su lectura más fluida, sin pausas largas, no ayudó a encender un poco más el ambiente. Poco qué decir respecto a lo hecho en el segundo año de gobierno, muchas generalidades e innumerables omisiones.
Sobre el viaje a Washington, expresó López Obrador que “Trump nos trató con respeto y lo más importante: elogió a nuestros paisanos que trabajan y viven en Estados Unidos”.
Para el catálogo de afirmaciones asombrosas de su Presidencia, se sumaron algunas más: “Ya no manda (en México) la delincuencia organizada”.
O bien, “nos han reprochado que no emprendamos un rescate económico elitista, pero es un timbre de orgullo haber apoyado a los más necesitados... tenemos una fórmula única: ahora se rescata al pueblo, no a los de arriba ni a las empresas”.
En síntesis, dijo el Presidente López Obrador, “estamos aplicando la economía moral”.
Casi para concluir su mensaje, hizo una referencia López Obrador que me pareció un tanto misteriosa: “debemos continuar con la revolución de las conciencias”, es decir, que el pueblo despierte, esté alerta para “cuando sea preciso, sea necesario defender lo logrado”.
¿A qué “revolución” se refiere AMLO? ¿Quién decidirá movilizar a esas “conciencias revolucionarias” para “defender” los avances y la transformación que percibe el Presidente?
Solamente al final de su discurso levantó la voz el Presidente por encima de los gritos de los miembros de Antorcha Campesina que se manifestaban ruidosamente afuera del Palacio Nacional, para gritar “¡Viva México!” tres veces, un tanto fuera de lugar en una ceremonia distinta a la de la Independencia, pero cuyo uso reflejó un desahogo presidencial ante tantos problemas que asfixian a su gobierno.
Después del Informe, lo que sigue es un análisis amplio de los documentos entregados al Congreso de la Unión, sobre si tienen sustento las audaces afirmaciones presidenciales, y el obligado “fact checking” de las cifras y referencias mencionadas.
No sé qué tan bien librado salga de ello el Presidente, pero me parece que perdió una gran oportunidad para hacer una señal de reconciliación con muchos sectores de la sociedad con los cuales se ha distanciado: las madres de los desaparecidos, los papás de los niños con cáncer, los pequeños y medianos empresarios que no recibieron ningún apoyo de la “economía moral”, los más de 60 mil mexicanos (según cifras oficiales) fallecidos hasta el momento por Covid 19, los miles de empleos perdidos por la cancelación del Aeropuerto en Texcoco y la cervecera Constellation Brands en Mexicali, los 10 feminicidios que en promedio ocurren diariamente en México y un largo, largo etcétera.
A ninguno de ellos los mencionó López Obrador en su segundo informe presidencial que leyó con semblante fatigado, ¿por qué los olvidó, Sr. Presidente?