No utilizo el título de uno de los mejores discos de Guns & Roses (“Appetite for Destruction”, 1987) para identificar los motivos políticos de Andrés Manuel López Obrador por casualidad, sino por la precisión de la frase sobre la persona del tabasqueño: para él, transformar es construir sobre las ruinas de lo destruido.
No está López Obrador solitario en su alucinante pretensión que pretende culminar al fin del sexenio: lo acompañan, incondicionalmente, tanto la vieja izquierda marxista-estalinista heredada del Partido Comunista Mexicano como las legiones de simpatizantes más jóvenes cuya ideología no es tal (un cuerpo coherente de principios e ideas en torno al gobierno de la sociedad), sino una pasión ciega por el ataque violento a instituciones y personas que son señaladas como “enemigos”.
Entre esos extremos, hay, por supuesto, muchos otros grupos sociales que matizan su apoyo al proyecto de la Cuarta Transformación en algunos aspectos, pero lo siguen en lo fundamental.
El principio de “destruir para crear sobre las ruinas” una nueva forma de sociedad y gobierno tiene raíces religiosas y formas de culto similares a las devociones y a la fe. Quienes así se comportan lo hacen por dogma, no por racionalidad: el apoyo a López Obrador es un artículo de fe, se le prende una veladora invocando sus poderes milagrosos (como a un nuevo Niño Fidencio) y volviendo intachable su conducta.
Atribuir ciertos hechos históricos a la pura pasión fue una de las líneas de pensamiento del filósofo mexicano Samuel Ramos (1897-1959), quien defendía esa tesis cuando las demás explicaciones teóricas fallaban para explicar los acontecimientos y personajes de América Latina.
“Abundan en los países hispanoamericanos los conflictos y las luchas de todo orden, en los que no asoma para nada un cálculo interesado, porque a fin de cuentas nadie ha obtenido ventaja alguna, y el resultado es la ruina para todo el mundo”, nos dice en su escrito “La Pasión y el Interés” (en Samuel Ramos. “El perfil del hombre y la cultura en México”. México: Espasa Calpe, Colección Austral, 1981).
“En teoría”, agrega el maestro Ramos, “abundan en nuestra América los partidarios del ‘materialismo histórico’, pero en la práctica somos aún la raza más romántica de la tierra. Nuestro romanticismo en la vida es el de los adolescentes inmaduros que sacrifican la realidad a las ideas”.
En conclusión, “siempre estamos dispuestos a salvar los principios, aun a costa de un verdadero suicidio, conforme al modelo de aquella frase que expresa la más inhumana de todas las actitudes: ‘hágase la justicia, aunque perezca el mundo’”.
A partir de esta reflexión del maestro Ramos, yo puedo entender mejor las posturas irracionales de López Obrador y sus decisiones imprudentes tomadas sobre cualquier otra consideración que no sea su pasión: hay que destruir la república para crear un nuevo régimen político sobre las ruinas.
Más allá del “cálculo interesado” y la búsqueda de ventajas o beneficios políticos, el ideal de Amlo justifica, para muchos, cualquier acción y decisión sin necesidad de razonamientos previos ni análisis de costos y beneficios, ¿para qué perder el tiempo en argumentos cuando la pasión lo arrasa todo?
No importa si de sus decisiones se derivan daños profundos e irreversibles al tesoro público, a las instituciones, el Poder Judicial o los organismos autónomos, amén de la impresionante cifra de homicidios que legará a la sociedad: si así lo decide López Obrador, entonces está bien decidido. Punto final.
Hablar de “apetito por la destrucción” es una forma de nombrar a la pasión política que prefiere destruir la tierra para hacer justicia, una violencia con tonos del Antiguo Testamento y los profetas por cuyas bocas hablaba un Dios implacable.
Nada queda ya por esperar -hasta el 30 de septiembre- cambio alguno en Andrés Manuel López Obrador, su conducta o decisiones. Viviremos, una vez más, en los días más peligrosos del sexenio de cada presidente mexicano: los días finales en los que cualquier cosa puede pasar.
Otra cosa sería si López Obrador hubiera leído a Samuel Ramos: “La pasión orientada hacia adentro y no hacia afuera representa para la vida social una fuerza negativa y destructora. Su intervención hace estériles los propósitos más meritorios, porque los convierte en mero pretexto para lograr sus fines propios. Por eso tantos esfuerzos y luchas en nuestra historia parecen no tener sentido ninguno y entristece el ver que sus resultados equivalen a cero”.
Gracias por sus reflexiones, maestro Samuel Ramos.