Cuando recién iniciaba a manejarse la necesidad del confinamiento en nuestras casas, por allá en el mes de marzo, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, aseguraba que sería cosa de un mes, días más, días menos.
Posteriormente, a finales de abril, aseguró que la acmé de la pandemia, es decir, el pico de la curva se presentaría en mayo, el 8 o 9 de ese mes. Estamos más allá de la mitad de junio y es fecha en que no se presenta el ya famoso “pico de la curva”.
Es entendible que no se pueda pronosticar el momento exacto de la acmé, no tenemos los datos que serían necesarios para ello. Tampoco las condiciones de confinamiento.
También es entendible que el pronóstico acerca del número de muertos que ocasionaría la pandemia no podía ser exacto, aunque las predicciones presentadas por el subsecretario han sido varias, la verdad es que, como se presentaron en función de escenarios hipotéticos, los cuales estaban diseñados con base a datos cuya exactitud no era clara, cualquiera de ellos pudiera ser válido.
En este punto es difícil saber cuántos muertos puede haber al final de la pandemia, si es que existe un final. También es cierto que no puede hablarse solo de una curva, sino de varias curvas, dependiendo de la región del país a la que nos refiramos.
Sin embargo, lo que llama la atención es la forma en que esa información ha sido presentada. Se trató de darle un formato científico y al final no sirvió de nada, porque el banderazo de salida se dio por una decisión política.
Al principio se hizo mediante un programa llamado Centinela, no se ocultó nunca, al menos siempre consideré que estaba claro el hecho de que era una información no exacta, sino proyecciones de los casos, entre otras cosas porque no había pruebas suficientes para determinar el número real de casos. No las hay aún.
Cuando ya fue imposible manejar el programa, entre otras cosas debido a que ya no se sabía el factor de multiplicación o porque se sospechaba que este era muy alto, se desechó, pero se continuó con el manejo de los casos de una forma igual, con pocas pruebas.
El caso es que en realidad no sabemos cómo estamos, si el semáforo está en rojo, en verde, amarillo o naranja o es un tutti frutti.
Y lo peor de todo es que, al final, lo importante es lo que diga el presidente, si dice que ya vamos a salir de esto, pero que es responsabilidad de los ciudadanos cuidarse para no infectarse y se lanza a recorrer el país, a la campaña con miras al 2021, pues ya lo demás es irrelevante, como irrelevante acaba siendo una información que quiso ser científica y acabó siendo un galimatías.