Dice el dicho que, si algo camina como pato, grazna como pato y parece pato, lo más seguro es que sea un pato, sin embargo, hay mitos, verdades a medias y mentiras completas que se instalan en la conciencia colectiva como dogmas absolutos.
Así, hemos construido santos y demonios de la sostenibilidad, sin ningún anclaje en datos o evidencia científica, llevando a empresas y gobiernos a impulsar iniciativas que son muy bien recibidas por la sociedad, generan grandes bonos reputacionales y hasta votos generan, pero poco o nulo impacto tienen realmente en el medio ambiente.
Un ejemplo es la gran batalla retórica entre el satanizado PET y el vidrio.
Declaro conflicto de interés bipártita: Trabajé 11 años en la industria de bebidas y mi padre trabajó en la industria de vidrio más de 30 años.
Así, gracias a las campañas mediáticas de organizaciones como Green Peace y otras, las demoledoras imágenes de las tortugas atrapadas por el plástico y los datos sobre la contaminación del océano, entre otras evidencias, se tiende a pensar de manera simplista que las botellas de PET son las culpables, sumándole otro pecado a los refrescos, y que la única solución es sacarlas del mercado y volver al vidrio de la década de los 80’s.
Si bien es irrefutable la huella ambiental del plástico y las bondades del vidrio cuando es propiamente reciclado, una evaluación objetiva de las huellas de carbón de los diferentes tipos de envase, liderado por científicos británicos, reportó que las botellas de vidrio son más dañinas para el medio ambiente que las de plástico.
Esto no quiere decir que las de plástico sean buenas ‘per sé’, pero según la investigación de Alice Brooks, de la Universidad de Southampton, su procesamiento requiere muchísimo menos energía porque su punto de fusión es más bajo que el de las botellas de vidrio.
Por otro lado, tanto el vidrio como el plástico son reciclables, incluso, el vidrio es infinitamente reciclable, sin embargo, también el vidrio reciclado hay que fundirlo a muy altas temperaturas para re-procesarlo, generando mayores cantidades de emisiones de gases de efecto invernadero al ambiente que la de otros envases comparados, como el cartón, el aluminio y el PET.
Según la Agencia Internacional de Energía, la industria de envases y planchas planas de vidrio emiten más de 60 megatoneladas de CO2 al año.
Por otro lado, según diferentes estimaciones, por cada kilogramo de plástico que se fabrica desde cero, se emiten unos 3.5 kg de CO2 a la atmósfera. Según el informe del Centro Internacional de Ley Ambiental, en la actualidad la producción de plástico supone el 3.8% de las emisiones de carbono y se calcula que para el año 2050 va a ser responsable del 13% de ellas.
Si se trata de plástico reciclado, esta cantidad se reduce a la mitad, emitiéndose 1.7 kilogramos de CO2 por cada kilo de plástico reciclado.
Lo anterior implica que, más que satanizar a cualquier materia prima, debemos analizar la información disponible y compararla objetivamente antes de tomar decisiones de política pública o implantar nuevos hábitos domésticos.
Impulsar la reutilización y el reciclaje de cualquier materia prima parece una medida acertada y asertiva, asegurándonos de participar en una economía circular y de cero desperdicios, sin caer en dogmatismos propios de fanáticos.