Imaginemos la escena: madres de familia que bien podrían ser tu mamá, tías, abuelas o madres de tus amigos deben huir de la policía y la prensa que las descubre en una actividad que, en ese entonces, es ilícita y moralmente reprochable, relacionada con un juego de azar, donde hay barajas, fichas y apuestas clandestinas.
En esta versión del multiverso regio, algunas señoras con delantales, otras con vestidos más elegantes, y la mayoría a cargo de la formación moral de sus hijos, recordadas por los regaños y continuas recomendaciones a los más jóvenes para no meterse en problemas con las autoridades, son subidas a las patrullas y sus familias deben ir a los Centros de Detención a pagar una multa para liberarlas.
La verdad es que no es ninguna realidad alterna, es el Monterrey de mediados de los 90s, yo era reportero de televisión, y lo que muchas tías y madrinas estaban haciendo para ser víctimas del escarnio público y policial, era jugar a la lotería.
En ese tiempo, una de las principales preocupaciones de las policías locales y federales era reventar los locales donde se jugaba la lotería, porque se les consideraba “casinos ilegales”, donde se cruzaban apuestas, prohibidas entonces por la ley.
Otra preocupación eran los carretoneros, que no querían dejar de recoger la basura en las calles a cambio de la propina de los vecinos, una herencia de carretas y caballos que se negaba a dejar las calles asfaltadas de una metrópoli que aspiraba a ser admitida en el primer mundo.
Mientras, festejábamos que ya teníamos agua las 24 horas, que ya no se iba la luz tan seguido, que estaba empezando a generalizarse el uso de celulares y que el internet dejaba de ser una especie de culto secreto para una élite de estudiantes del Tec.
San Pedro y algunas colonias de clase media alta presumían miles de antenas parabólicas y el niño Samuel García comenzaba a jugar futbol americano en la categoría hormigas con el equipo Águilas del Country.
Luego vinieron los terribles homicidios que nos robaron la inocencia, la guerra contra el narco, el megacrecimiento, la contaminación, las atípicas sequías, la deforestación y hasta los osos bajaron del cerro.
Muchas señoras siguen jugando lotería, de a peso por tabla, en los mercados ambulantes a cambio de premios en especie, y otras van a los casinos, que ya no son clandestinos, y hay cada vez más casos de ludopatía.
El absurdo y surreal escenario donde un juego de lotería entre amas de casa provocaba la movilización policiaca es comparable con los dolores del crecimiento de una sociedad en pubertad.
Hemos madurado, pero la falta de una visión estratégica y de largo plazo para Monterrey y su área metropolitana nos ha hecho crecer en tamaño y alcance, pero con severos traumas, desarrollos nocivos y complejos difíciles de resolver.
Aun estamos a tiempo para corregir el rumbo, si aplicamos ciencia y voluntad para trabajar en equipo, dejando a un lado las diferencias para buscar el bien común de una urbe destinada a contribuir de manera destacada en el desarrollo sostenible de México.
Pero rápido, porque la oportunidad, “corre y se va corriendo”.