En una presidencia para muchos tormentosa, el grand finale no podría haber sido más llamativo. Los disturbios del 6 de enero en Washington, DC, seguidos por un segundo juicio político o impeachment al presidente Trump, son eventos sin precedentes que podrían dejar una profunda herida política en una sociedad ya de por sí muy polarizada. Veamos algunos aspectos:
1. Control de daños. A pesar de que la marca Trump pasó por una espiral de desprestigio, las encuestas no mostraron caídas significativas en la popularidad del presidente. En los sitios RealClearPolitics y FiveThirtyEight, la aprobación a Trump marcaba 40 por ciento el 12 de enero, día en que la Cámara de Representantes votó a favor del segundo impeachment, apenas cuatro puntos menos de lo que las encuestas señalaban antes del fatídico 6 de enero –repito: ¡sólo 4 puntos menos!–. Por si fuera poco, las encuestas que midieron el apoyo o rechazo a una posible destitución de Trump salieron muy divididas, con una ligera mayoría a favor, 50-53 por ciento, y una proporción importante en contra, 41-43 por ciento. Los niveles de apoyo popular a Trump posteriores al 6 de enero son simplemente impresionantes.
2. Fracturas políticas. Una encuesta de YouGov del 6 de enero, que mostraba a los simpatizantes del Partido Republicano divididos con respecto a los sucesos en el Capitolio, me hizo pensar que vendría una fractura en el partido, con los trumpistas a la deriva y en franca disminución. Es probable que me haya equivocado en la lectura. La aprobación ciudadana a Trump, así como el bloque mayoritario republicano en contra del impeachment, son señales de que no ha habido tal fractura, ni a nivel masivo ni a nivel partido. Sin embargo, en un video que dio a conocer la Casa Blanca hace un par de días, Trump no se refiere tanto a su partido como a su movimiento. Abran paso, aquí va el trumpismo.
3. Percepción de inestabilidad. Las fuerzas de orden público siguen en alerta por lo menos al 20 de enero, día de la toma de posesión de Joe Biden, y los temores de inestabilidad se dan también de este lado de la frontera. Una encuesta de EL FINANCIERO realizada en la Ciudad de México el 9 de enero revela que el 70 por ciento se enteró de los sucesos en el Capitolio. Al preguntar cómo ven la situación en ese país, el 32 por ciento la ve bajo control de las instituciones, frente al 51 por ciento que percibe riesgos de inestabilidad política. La salida de Trump, más que reconstruir puentes, parece estar acentuando las fallas tectónicas de la política norteamericana.
4. Libertad de expresión. La cancelación de las cuentas de redes sociales de Trump es otro aspecto polarizante que, además, tiene múltiples dimensiones, como el hecho de que sea un presidente “silenciado” por corporaciones privadas. Esto abre todo un debate sobre la libertad de expresión, de lo que es aceptable o no, y ya veremos si la famosa Primera Enmienda no requiere alguna enmienda. Por lo pronto el asunto, leído como “censura”, ya parece haber salpicado en México.
5. Las mañaneras electorales. El enfrentamiento entre el INE y el presidente López Obrador, relativo a la transmisión de las conferencias matutinas durante las campañas electorales, ya tomó tonos polarizantes. Recordando a John Locke, el INE tiene la ley electoral de su lado, mientras que el Presidente parece tener a la corte de la opinión pública del suyo. Si la retórica del Palacio de censurar presidentes tuvo algo de inspiración en el asunto Trump, pues vaya que las benditas redes sociales inclinaron la balanza discursiva a favor de AMLO, por lo menos en un primer round. Pero la ley ahí está (Art. 228 Cofipe).
6. Propaganda. Parece que lo que irritó al Presidente fue que la palabra “propaganda” se asociara a sus conferencias matutinas. Coincido en que es un término peyorativo, pero es el que se utiliza en la ley electoral, es el que emplearon nuestros legisladores para definir los elementos y acciones para promocionar y pedir el voto –en esa reforma electoral me quedó la impresión de que se privilegió la equidad sobre la libertad–. No es difícil anticipar que las mañaneras estarán sujetas a un mayor monitoreo para ver si hay o no indicios de propaganda –tampoco es descabellado anticipar ooootra reforma electoral, acaso rumbo a 2024, en la que la libertad gane espacios ante la equidad–.