La cultura de encuestas engloba aspectos sobre su hechura y sobre su lectura.
La hechura tiene que ver con aspectos técnicos, logÃsticos, metodológicos, presupuestales, entre otros, asà como con la familiaridad que nuestra sociedad ha desarrollado con dichos aspectos técnicos, que no son fáciles de comunicar.
La lectura tiene que ver con el comentario, análisis, discusión, interpretación de resultados, asà como de las propias metodologÃas, y se extiende a la comunidad de periodistas, comentaristas, influencers, polÃticos, candidatos y un amplio público interesado.
En una sociedad democrática, las encuestas ofrecen información muy valiosa acerca de las opiniones, conductas e intenciones de las y los votantes rumbo a una elección. En un artÃculo sobre la evolución de las encuestas electorales en Estados Unidos, publicado en 2011, la politóloga D. Sunshine Hillygus mencionaba tres diferentes funciones que las encuestas en ese paÃs han tenido desde el siglo 19: 1) el pronóstico de resultados electorales; 2) la comprensión del comportamiento electoral, y 3) la planeación de estrategias de campaña.
Ya he citado ese artÃculo en este espacio en otras ocasiones, pero hoy lo retomo para organizar algunas ideas en torno a esas tres funciones:
La primera función ayuda a reducir la incertidumbre de los procesos de competencia polÃtico-electoral, y sienta la expectativa de que las encuestas deben ser exactas al estimar los resultados de las elecciones. Junto con ello, también está la expectativa de que las encuestas pueden fallar o estar equivocadas. Dado que hay tantas fuentes potenciales de error en las encuestas, a mà en lo personal no me sorprende que se equivoquen; lo que siempre me ha parecido fascinante es que acierten, a veces con una gran exactitud.
La segunda función suele ubicarse dentro de los cÃrculos académicos, en la literatura del voto, pero creo que la diseminación de resultados de encuestas deberÃa aportar elementos para que la ciudadanÃa se informe acerca de las bases de apoyo de los partidos y sus candidatos, asà como las razones del sufragio. Por ello, la publicación de encuestas no debe limitarse a la pregunta de intención de voto, sino también procurar segmentaciones de resultados por grupos o regiones, y ofrecer otras preguntas que permitan entender las dinámicas de competencia. Entre más elementos ofrezcan las encuestas, mejores oportunidades de contribuir a una ciudadanÃa informada.
La tercera función se beneficia de las dos anteriores. Al saber sus posibilidades de triunfo o derrota, asà como la naturaleza de su apoyo, los partidos y candidatos pueden planear estrategias de campaña y movilización del voto. Se trata de inteligencia polÃtica fundamental para enfrentar la competencia electoral.
Pero eso no es todo. En nuestro paÃs, la estrategia polÃtica ha normalizado el uso propagandÃstico de las encuestas. Destacar las encuestas favorables y descalificar a las desfavorables son formas de comportamiento estratégico.
Es entendible. No obstante, la descalificación es un acto polÃtico que, por lo general, se disfraza de discusión metodológica. La encuesta se descalifica por sus implicaciones polÃticas, pero bajo argumentos técnicos, los cuales no necesariamente están bien sustentados y pueden contribuir a la confusión y la desconfianza.
La lectura partidista de encuestas es válida y respetable, pero usar argumentos metodológicos como fachada para camuflar objetivos polÃticos genera mensajes engañosos, y eso se vuelve una mala práctica en la cultura de encuestas.
Otra lectura con la que hay que tener cuidado es con las atribuciones causales; es decir, con las explicaciones de por qué ‘subió' o ‘bajó' algún indicador de las encuestas. Las atribuciones causales rara vez tienen un sustento, y más bien son impresiones o creencias, pero fluyen como si fueran hechos demostrados, lo cual también abona a la confusión, no a la información.
Es legÃtimo ver a las encuestas con una perspectiva polÃtica, pero también es necesario leerlas con una visión analÃtica.
La cultura de encuestas, tanto en su hechura como en su lectura, ha evolucionado de distintas maneras, algunas favorables para una ciudadanÃa informada y democrática, y otras que han tomado las vÃas de las malas prácticas.
Mi postura es que los profesionales de las encuestas, y subrayo profesionales, deben aportar de la mejor manera a lo primero y evitar lo segundo. TodavÃa estamos a tiempo de que las encuestas, con todo y los retos que enfrentan, jueguen un papel informativo y democrático en México.