Tal vez he visto demasiadas detenciones espectaculares de delincuentes de alto perfil como para creer que una más, la de Ovidio Guzmán el 5 de enero del 2023 en Culiacán, Sinaloa, es “un duro golpe” a tal o cual cártel de drogas, como afirmaron las autoridades federales de seguridad y las fuerzas armadas en una conferencia de prensa el mismo día en la CDMX, ante la imposibilidad de hacerlo en la capital sinaloense.
Tal vez lo que he visto anteriormente (la poca eficacia de la captura de altos jefes del narcotráfico en vista de que las organizaciones criminales siguen funcionando sin gran merma), me ha convertido en escéptico.
Para empezar, no se ha aclarado todavía la responsabilidad de cada autoridad (presidente, secretarios de la defensa y marina, policía estatal de Sinaloa) que participó en la primera captura de Ovidio Guzmán en octubre de 2019, en Culiacán, quien fuera rápidamente liberado por una orden directa del presidente López Obrador.
No hubo una investigación independiente que determinara la responsabilidad de cada quien por la liberación de un reo sin justificación contundente alguna, lo cual es un delito. Hubo impunidad para los involucrados, incluyendo al presidente.
Ahora que Ovidio es recapturado en Culiacán, el simbolismo de la acción disminuye ante el antecedente de su liberación inaudita en 2019, y por la sospecha de que la presión de su nueva detención provino del Gobierno de Estados Unidos.
Más allá de estas reflexiones que surgen al calor de los hechos, para los ciudadanos comunes y corrientes no habrá beneficio inmediato alguno ni en Sinaloa ni en el resto de México.
Los residentes de Culiacán volvieron a ver a su ciudad convertida en un campo de batalla entre fuerzas armadas y paramilitares de organizaciones delictivas: calles bloqueadas, comercio interrumpido, transporte público paralizado, y el ruido de balazos y explosiones que cala hasta los huesos y les pone el alma en un hilo.
Para el resto de México, podemos preguntarnos: ¿Alterará el arresto de Ovidio la elevadísima cifra de homicidios (más de 90 al día en promedio) que diezma a los ciudadanos? ¿Anulará la nociva tendencia al crecimiento de los feminicidios de mujeres mexicanas (un promedio de 10 asesinadas al día)?
¿Será la captura de Ovidio la señal para que las extorsiones a las familias y negocios de los mexicanos se detengan? Las carreteras y caminos, ¿serán de ahora en adelante seguras y confiables una vez liberadas de asaltantes y delincuentes? ¿Terminarán las extorsiones de elementos de la Guardia Nacional a traileros y automovilistas?
¿Habrá un efecto colateral benéfico para disminuir el tráfico y la trata de personas, la explotación sexual de niños a manos de pederastas y las violaciones y acoso sexual a las mujeres?
Con “el duro golpe” a los cárteles del noroeste, ¿se revertirá la terrible cifra de los cuatro millones de mexicanos que bajaron al nivel de pobreza en este sexenio de López Obrador? ¿Cederá la inflación elevada? ¿Mejorará la educación pública? ¿Terminará el desabasto de medicinas?
Finalmente, ¿habrá un cambio en la estrategia de seguridad para alejarla de los “abrazos, no balazos”? ¿Valdrá la pena el sacrificio de las vidas de tantos soldados, agentes y policías caídos en cumplimiento de su deber?
La respuesta a todas las interrogantes es un simple “no”. Quedará lo sucedido, en el mejor de los casos, en un “golpe”, sí, pero de propaganda para el Gobierno de López Obrador que desesperadamente necesita de acciones de relumbre para sus conferencias matutinas. Mucho ruido y pocas nueces.
Para usted y para mí, en la querida Sinaloa o en cualquier parte de México, la vida seguirá igual que hasta ahora: con el alma en un hilo. Estamos en guerra y no se ve el final.
Feliz Año Nuevo 2023.